Literatura como empoderamiento
Literatura como empoderamiento
Me siento enormemente agradecida por encontrar cada vez más literatura africana traducida, por ello me propongo hacer un pequeño repaso por aquella escrita por mujeres con una breve parada en los dos últimos títulos leídos: “Las delicias de la maternidad” de Buchi Emecheta y “La bastarda” de Trifonia Melibea Obono.
La primera mujer subsahariana que publicó una obra fue la camerunesa Marie-Claire Matip (1938). De familia acomodada, tuvo la oportunidad de educarse en buenos colegios y a los trece años ya estaba colaborando en un periódico local y en 1958 editaba un pequeño escrito autobiográfico titulado “Ngonda”. Mientras, continuó su formación como periodista, su sueño, dirigiendo un programa de radio en su país, y estudió Filosofía, Psicología y Sociología en la Sorbonne, culminando su formación con una tesis doctoral sobre diferentes aspectos del papel de la mujer en África, una temática que siguió desarrollando a lo largo de su carrera. Un aprendizaje que compaginó con su papel de madre de cinco hijos. Ella dio el pistoletazo de salida a otras mujeres que vendrían posteriormente.
Pero hasta la llegada de la escritora y editora nigeriana Flora Nwapa (1931-1993), encuadrada en la primera generación de escritoras postcoloniales africanas en lengua inglesa que publicaban en Europa, y animada a escribir por su colega Chinua Achebe tras leer su primera novela “Efuru”, la mujer o no tenía voz propia o era desoída en la literatura africana. Su papel se reducía a la sumisión, la maternidad y la prostitución, institucionalizada o familiar. Flora Nwapa se propuso su rescate y así lo confesó a la periodista Marie Umeh en 1995: “corregir a los compañeros escritores en sus primeras obras, cuando escribían poco sobre las mujeres y donde los personajes femeninos son prostitutas o mujeres que no controlan sus vidas”. Para ello creó varias editoriales como Enugu Tana Press, donde publicaba sus propias obras, y Flora Nwapa Libros, una plataforma para editar el trabajo de otras escritoras como la ghanesa Ama Ata Aidoo y la nigeriana Ifeoma Okoye.
Flora Nwapa, ‘madre de la literatura africana moderna’, fue nombrada ministra de Salud y Bienestar Social tras finalizar la guerra de Biafra y se propuso luchar ferozmente para encontrar un hogar a los miles de niños huérfanos tras la contienda. En sus escritos (novelas, historias cortas o libros infantiles) cuestiona el papel tradicional femenino y lanza un mensaje positivo de la mujer.
Ifeoma Okoye (1937), con formación universitaria y dedicada a la docencia, gusta de escribir historias para niños y novelas. Representa a una de las más importantes escritoras de Nigeria después de Flora Nwapa y Buchi Emecheta. “Behind the clouds”, de 1982, es su título más aclamado por el que recibió el premio del Consejo Nacional Nigeriano del Arte y la Cultura.
Ama Ata Aidoo (1942), novelista, poetisa, dramaturga y escritora de cuentos infantiles, ocupó el cargo de ministra de Educación en 1982 en su Ghana natal. Un cargo que abandonaría año y medio después por la incapacidad institucional para realizar verdaderos cambios. Ha recibido numerosos premios y en la actualidad dirige una organización llamada Mbaasen, cuyo significado es ‘asuntos de mujeres’, afanada en dar a conocer a las escritoras africanas. Su temática también aborda el choque de culturas en el que retrata, desde diversas situaciones, el desafío femenino contra el estereotipo existente. Para ella la libertad de África es indisociable de la libertad de las mujeres, aunque se resiste a ser considerada feminista. “Cambios: una historia de amor”, de 1991, fue uno de sus títulos más importantes.
Mariètou Mbaye Biléoma (1948), más conocida como Ken Bugul –‘nadie me quiere’ en wolof-, es senegalesa y se formó en Bruselas, donde llevó una vida licenciosa y, de regreso a su país, acabó casándose con un hombre polígamo. En la poligamia encontró una familia y la armonía que necesitaba para cicatrizar sus heridas. Sus ideas feministas terminaron por derrumbarse dando prioridad a la libertad de elección y al individuo. En palabras suyas “las mujeres sólo tienen que ser ellas mismas, individuos ante todo y después mujeres, y cesar la victimización, que es una confesión de debilidad”. Forma parte del colectivode raperos Y’en a Marre y tiene publicados en español “El baobab que enloqueció”, “Riwan o el camino de arena” y “La locura y la muerte”. Para ella escribir ha sido una sanación.
“Una mujer puede ser fea y envejecer pero un hombre nunca es feo ni viejo. La edad le hace madurar y dignificarse (…) Pero ¿quién creó la ley para que no pongamos esperanza en nuestras hijas? Nosotras somos las que nos sometemos, más que nadie, a esta ley. Mientras no cambiemos, éste seguirá siendo un mundo de hombres, al que las mujeres contribuirán a construir”, son algunas frases extraídas de “Las delicias de la maternidad” de la nigeriana Buchi Emecheta (1944-2017), fallecida a principios de este año, quien prefirió utilizar el termino ‘womanism’ (mujerismo) antes que feminismo. Retrataba a mujeres comunes en situaciones cotidianas, reflejando las férreas tradiciones de una sociedad patriarcal frente al cuestionamiento que la mujer ponía en tela de juicio en ese entorno hostil.
Vivió en carne propia un matrimonio precoz, maltrato conyugal –su marido le quemó varios manuscritos-, discriminación y sometimiento, migración, el nacimiento de cinco hijos e, incluso en esas circunstancias, estudió Sociología y escribió de manera prolífica. Amaba ser independiente y nunca olvidó sus deberes como madre porque empezó a escribir desde ahí, desde la maternidad. Gracias a ella, muchos y muchas descubrieron la literatura nigeriana escrita por mujeres. La también nigeriana, y de etnia igbo, Chimamanda Ngozi Adichie se declara fan suya. Proclamaba que “el feminismo africano está libre de las ataduras de las ilusiones occidentales y tiende a ser mucho más pragmático (…) las mujeres negras de todo el mundo deben volver a unirse y volver a examinar la forma en que la historia nos ha tratado (…) para llamar la atención sobre las relaciones desiguales de género y de clase que trascienden las fronteras raciales y geográficas”.
Por último, la ecuatoguineana de etnia fang, Trifonia Melibea Obono, que acaba de editar “La bastarda”, quizá la primera obra en la que una mujer aborda el tema de la homosexualidad, incluso la femenina, aún más denostada en el continente. Empezó a escribir porque necesitaba respuestas. “Vives en un mundo cerrado, bantú y cristiano-católico. No es un mundo de razonamiento”, confesaba en una entrevista a Alfonso Armada, y añadía “si le dices a tu madre que tu novio te ha dado una paliza, qué es lo que has hecho te pregunta. La culpa es tuya (…) En la etnia fang quien manda es el hombre (…) desde que empiezas a menstruar si los hombres con los que vas no te dan dinero es que no lo estás haciendo bien (…) Para el varón fang la mujer es un bien. Un bien que sirve para dar hijos que son representados por hombres, son hijos de hombres, ya sean de tu hermano o de tu marido, para reproducir hijos y para reproducir bienes. Para eso estamos”. Y en cuanto a proclamarse homosexual supone “ya no pertenezco a vuestra familia, ya no soy uno de los vuestros (…) En la vida diaria por encima del individualismo está la tribu, los apellidos, el pueblo”. Y acaba insistiendo en que para ella la escritura es “vida, es existir, es libertad de expresión, es ser capaz de crear un mundo para las mujeres y los hombres en el marco de la igualdad de género”.
La literatura africana femenina huye del devastador legado colonial para radiografiar las vidas de mujeres comunes, la maternidad, los matrimonios precoces y pactados, la prostitución familiar, la subordinación al hombre, la obligación de parir hijos varones en pro de engrandecer al hombre y a la comunidad, pero también de la importancia de su independencia económica, de su innegable utilidad, de su sexualidad, y de su imprescindible protagonismo en la sociedad.
Desde aquí una llamada a la continuidad de las traducciones, de estas autoras y de otras tantas que operan en el continente.