Fraternizando
Esta es una serie de tres columnas que iban a ser publicadas pero la revista ha dejado de editarse en papel, así que he querido compartirlas.
Fraternizando
Una y otra vez se repite por todo el planeta aquel nefasto panfleto propagandístico, lanzado por la supremacía blanca norteamericana en los 50, en el que se animaba a la población a prescindir de los negros, a no comprar sus discos, a no escuchar su música, a no darles trabajo, a acosarlos, lincharlos y asesinarlos impunemente con el fin de erradicarlos de su territorio. Esa gran minoría, esa ‘lacra’, que había levantado el país durante más de cinco siglos con su trabajo, su sudor y sus propias vidas, y que había generado la música y el deporte de los que esa supremacía blanca se jacta, arrebatan o imitan, debía desaparecer.
Hoy, en pleno siglo XXI, sigue vigente no porque la nueva administración norteamericana esté echando leña al fuego en esa dirección y abarcando a todas las minorías -una acción a la que los tribunales correspondientes deberían poner freno ya-, sino porque en Europa y en el África árabe se ha asentado con fuerza inaudita, y a diario se producen escenas racistas y xenófobas inquietantes e inhumanas. No es una sorpresa que el fútbol sea un campo de abono para estas actitudes. Desde hace años somos testigos de reportajes y noticias sobre la violencia desbocada antes, durante y después de algunas competiciones, sean o no encuentros de campeones o final de la liga. La bravuconería está ahí, enrocada.
Nunca pensé que ese tema ocuparía este espacio, sin embargo, no voy a tratar el deporte en sí mismo, sino, por un lado, como elemento integrador y solidario en nuestra sociedad privilegiada y, en el otro extremo, por el desprecio y los comentarios xenófobos hacia futbolistas negros que estamos visualizando en las redes. Un coladero para todo tipo de ideas.
Cristianos, musulmanes, testigos de Jehová, africanos, latinos y españoles reúnen a más de quince nacionalidades diferentes que han dado identidad al primer equipo de fútbol federado del mundo, formado solo por inmigrantes de la calle: Alma de África UD, ubicado en Jérez de la Frontera, Cádiz, ciudad a la que han llegado persiguiendo el sueño europeo y arriesgando sus vidas en pateras, saltando la valla de Melilla o en los bajos de camiones… En cualquier caso, circunstancias infrahumanas. No son futbolistas profesionales. Se ganan la vida vendiendo pañuelos en los semáforos, limpiando coches, en la venta ambulante o haciendo ‘chapuzas’, y el fútbol les ha abierto un horizonte de perspectivas.
En su origen no muy lejano, sólo hace un año, Alma de África UD nacía como un proyecto para acoger a los africanos y subsaharianos que llegaban en patera y residían en la ciudad, y ha ido tomando la forma de vehículo de oportunidades. El fútbol los aleja de la mendicidad y la vida en las calles, y les ofrece una herramienta de desarrollo personal y social. Alma de África UD recibía el año pasado el Premio Ciudad de Jerez a la igualdad y la integración y, a corto plazo, pretenden constituirse como ONG para crear un centro deportivo de acogida. De momento, reciben financiación local y el grupo La Pompa Jonda ha compuesto el himno. Su descarga en este enlace https://itun.es/es/Z1u1gb, por solo 0,99€, supone una simbólica colaboración económica. Se conocen pocos precedentes en este sentido, pero merece la pena mencionar al club balompié Koa Bosco, formado por un párroco con inmigrantes que llegaron a las costas de Lampedusa en el 2013. Alternativas lúdicas llenas de humanidad y esperanza.
Existe en Senegal una liga de fútbol de barrios, conocida como navetane, que entusiasma mucho más que la profesional. Una competición que se creó para estimular a sus habitantes en la época de lluvias o de calor extremo. En ese contexto hemos encontrado la noticia. Los jugadores de la Asociación Deportiva y Cultural Fann Hock, que da nombre al barrio, han colmado de optimismo la vida de los aficionados cuando se celebran las competiciones. La mayoría de los componentes son estudiantes o trabajadores esporádicos que se entregan con pasión a chutar el balón, animados por la idea de que en pocos años podrán establecerse como un club deportivo y jugar en la liga profesional, aunque las carencias de infraestructura in situ sean evidentes.
Al igual que en otros barrios, Fann Hock está patrocinado por aportaciones de particulares, orgullosos de poder financiar a su equipo. El barrio se acicala con sus colores, azul y blanco, una radio y un televisor se sitúan en un lugar estratégico, se decoran las paredes de las calles con el número y el rostro de cada jugador, y todos confluyen en un ritual para apoyarlos cuando juegan la semifinal o la final. Todo el barrio se torna en una fiesta de alabanzas a los jugadores y estos, conscientes de ese sostén impagable, se esfuerzan para dar lo mejor de sí mismos pensando que, tal vez, entre el público, se encuentre un observador europeo que pueda ofrecerles mejor formación, equipamiento e infraestructuras en el sueño europeo, tal y como ocurrió con otras figuras surgidas de estas navetane. El fútbol como fiesta, pero también como salida hacia un futuro mejor.
Pero incluso en las navetane la violencia se hace hueco y pone en entredicho el espíritu deportivo. Durante la CAN 2017, la Copa de África de Naciones de fútbol que acaba de celebrarse en Gabón, se ha visibilizado en redes sociales una campaña xenófoba, protagonizada por aficionados magrebíes contra los jugadores negros de diferentes formaciones. Comentarios como: “Los jugadores de Zimbabwe recibirán como prima bonos para el restaurante” en referencia al encuentro entre Zimbabwe y Argelia, o “están perdiendo contra un equipo en el que la mitad de los jugadores son seropositivos”. Sin embargo, no queremos incidir más en esto, un tema que parece connatural al fútbol. La historia que nos ha seducido es que en cada barrio se vuelquen en un acto lúdico o, como en el caso de Alma de África UD, que suponga una alternativa integradora.
Simultáneamente a conocer la noticia de la aprobación de la ley que prohíbe la mutilación genital femenina (MGF) en Gambia, quiero dar testimonio del trabajo que Médicos del Mundo, con sede en Bilbao, han emprendido, a través de talleres, para sensibilizar e informar a africanos sobre las nefastas consecuencias de esta práctica que pone en riesgo la vida de la mujer, física y psicológicamente. El ayuntamiento de la ciudad inició un proyecto en 2013, contemplado dentro del Programa Integral de Prevención de MGF, para formar a setenta y una personas, gran parte de ellas mujeres, como agentes activos de prevención. Y han creado cursos de formación sobre el tema incorporando a ocho varones. Una apuesta arriesgada, pero necesaria, que conlleva el compromiso de impartir y compartir la información con otros colectivos, con gente de sus círculos más cercanos, o bien en las visitas a sus países de origen. Cada cual hace de amplificación y sensibilización sobre el problema. El senegalés Lamine Diawara confesaba: “Hasta ese día, jamás había oído hablar a una mujer africana sobre el tema y menos hablar de una forma tan negativa por los dolores físicos y psicológicos que le había provocado (…) Comprobé que era cierto, que en el Corán no se citaba nada, que mis hermanas también sufrían todo tipo de consecuencias negativas en sus cuerpos y que la raíz de la práctica son los celos de los hombres”. Otro agente, el guineano Lamine Diallo, declaraba: “No me lo podía creer. No hay fundamento religioso para justificar la mutilación, ni lógica en las creencias culturales (…) Antes del curso jamás hubiera querido casarme con una mujer que no estuviera mutilada, ahora me avergüenzo de estas creencias”.
Esta experiencia ha suscitado interés internacional y organizaciones, como ONU Mujeres Alemania y Word Future Council de Hamburgo, están intentando trasladarlo a otros países donde la población refugiada aumenta a un ritmo alarmante sin que Europa active ninguna ayuda humanitaria.
Hemos dedicado este espacio a los hombres, como iguales, porque ellos y nosotras hemos de caminar unidos en la misma dirección.